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martes, 6 de marzo de 2018

República luminosa

TÍTULO: República luminosa

AUTOR: Andrés Barba

EDITORIAL: Angrama. Narrativa hispánica

FORMATO: Rústica

NÚMERO DE PÁGINAS: 187

FECHA DE PUBLICACIÓN: noviembre de 2017

SINOPSIS:

¿Qué tiene que suceder para que nos veamos obligados a redefinir nuestras ideas de la infancia? La aparición de treinta y dos niños violentos de procedencia desconocida trastoca por completo la vida de San Cristóbal, una pequeña población tropical encajonada entre la selva y el río. Veinte años después, uno de sus protagonistas redacta esta República luminosa, una crónica tejida de hechos, pruebas y rumores sobre cómo la ciudad se vio obligada a reformular no solo su idea del orden y la violencia sino hasta la misma civilización durante aquel año y medio en que, hasta su muerte, los niños tomaron la ciudad. Tensa y angustiosa, con la nitidez del Conrad de El corazón de las tinieblas, Barba suma aquí, a su habitual audacia narrativa y su talento para las situaciones ambiguas, la dimensión de una fábula metafísica y oscura que tiene el aliento de los grandes relatos.

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Ha sido todo un agradable descubrimiento este autor. Andrés Barba crea una historia fascinante con un trasfondo muy importante donde el poder de la infancia, los estereotipos de la sociedad burguesa y la complejidad del ser humano se mezclan para dar a luz República luminosa.

Esta obra, Premio Herralde de novela, es una crónica ficcionada sobre unos hechos acontecidos en una localidad situada en medio de la selva, cerca del caudaloso río Eré en el año 1995.

San Cristóbal es una ciudad como todas las demás ciudades de provincias, orgullosa de sus progresos y encantada, sobre todo sus políticos, de haberse conocido. Un orgullo que podemos observar de igual modo en sus vecinos, habitantes venidos a más y cuyas banales vidas transcurren sin sobresaltos entre las calurosas y sofocantes jornadas laborales y los momentos de placer familiar.

Así nos lo describe desde la perspectiva de haberlo vivido, nuestro protagonista. Un habitante más de esta urbe que nos contará, a modo de crónica y después de muchos años de angustia y desazón, los sucesos que tuvieron lugar en esta localidad en 1995. Unos sucesos que conmovieron y removieron la conciencia de todos lo que allí vivían, marcando sus vidas para siempre.


Yo no hago más preguntas y les cuento entonces mi versión de los hechos, porque es lo único que tengo y porque sería inútil convencerlos de que no se trata tanto de que aprecien la libertad como de que no crean tan ingenuamente en la justicia.


Nuestro protagonista comienza así la historia de unos hechos que nadie imaginaría que pudieran suceder y, mucho menos, en una pacífica ciudad donde la monotonía reinaba en cada una de sus esquinas. Él, al igual que su familia y todas las familias de San Cristóbal, formaba parte de esta monotonía y, sin quererlo, también formó parte de los macabros sucesos que allí se desencadenaron.

La llegada de los niños. No los pequeños de la comunidad ñeê, cuya muda existencia se contemplaba a diario en los semáforos y zonas comunes de la ciudad. No, no eran ellos los peligrosos y violentos, sólo una parte más de la sociedad, admitida y olvidada por todos pero que no dejaban de formar parte del escaparate de la vida diaria de los habitantes de San Cristóbal.

Fueron los otros, esos otros treinta y dos niños, los que comenzaron a perturbar la idiosincrasia de la comunidad. Nadie sabía de dónde habían salido ni cuándo, pero todos comenzaron a sentir, percibir y conocerlos. Todos sabían, después de unos meses, de la existencia de estos pequeños violentos y alborotadores de la tranquilidad vecinal.


La gente estaba tan imbuida en aquella sensación de prosperidad que la aparición de los niños, aquellos otros niños, suponía una molestia evidente. El bienestar se pega a los pensamientos como una camisa húmeda, y solo cuando queremos hacer un movimiento inesperado descubrimos lo atrapado que estamos.


Las extrañas características de estos niños sería materia de estudio a posteriori. Después de ese punto de inflexión que fue los altercados del supermercado Dakota, los niños y sus actos fueron como un altavoz para la opinión pública, cadenas de televisión y medios de comunicación que vieron un filón para sacar partido de algo tan extraño como la violencia generada por un grupo de pequeños. Cuando algo se sale de lo común, cuando la infancia deja de tener la connotación de inocencia que la caracteriza, las alarmas aparecen y el espectáculo televisivo está servido.

Su número final fue de treinta y dos, pero siempre aparecían en grupos de no más de cinco. Esos grupos se distribuían en diferentes lugares de la ciudad creando altercados, hurtos y momentos de tensión. Tenían un lenguaje particular para comunicarse que solo ellos entendían y sus edades comprendían entre los nueve y los trece años.

Se pensaba que vivían en la selva porque por la noche desaparecían sin dejar rastro, y comenzaba el terror, las inseguridades , la desconfianza y el miedo, a crecer entre los núcleos familiares. Nadie se sentía seguro andando solo, nadie quería acercarse a ellos y no eran más que niños, pero, ¿qué clase de niños?

La infancia que conocemos, la regida por las normas sociales que imperan en el sistema nunca pueden llegar a compararse a la anarquía de una infancia sin control, sin estímulos educacionales, solo la libertad, sin reglas, sin control parental y con la única obligación de cubrir las necesidades fisiológicas de alimentarse. No podemos hablar de salvajes porque ya hemos visto que tenían una características comunes e integradoras, pero no dejaban de ser niños que, con más o menos inocencia, actuarán de la forma más inesperada .


No siempre es fácil determinar si lo que nos amenaza tiene más influencia sobre nosotros que lo que nos seduce. La propia naturaleza de esas cosas a veces no es contrapuesta sino casi indistinguible.



Esa ambigüedad de sentimientos llevará a las autoridades de la ciudad a tomar medidas, no todas ellas acertadas, después de lo ocurrido en el supermercado Dakota y nuestro narrador, partícipe de estas decisiones, nos contará su visión estudiada y revisada mil veces por su subconsciente durante todos estos largos años de agonía y frustración por lo ocurrido.

Los estudios e investigaciones que se llevaron a cabo una vez todo finalizó,  reflejaron, en algunos casos, un poco de luz sobre el porqué de todo lo que sucedió, aunque, otras muchas veces, sólo sirvieron para cubrir, como de un manto de bruma se tratase, la verdadera realidad.

Una realidad enmarcada por la selva. Los colores de la naturaleza: el verde intenso de las hojas, el rojo de la tierra y el azul del cielo se unen para crear un parapeto entre la sociedad y esos niños. Esa selva acompañada por el caudaloso río Eré no deja de representar lo profundo del misterio que allí existió y que aún hoy no deja de reflejarnos lo irresoluble de la historia que estamos contando.


El verde la selva es el verdadero color de la muerte. No el blanco ni el negro. El verde que todo lo devora, la gran masa sedienta, abigarrada, asfixiante y poderosa en la que los débiles sostienen a los fuertes, los grandes quitan la luz a los pequeños y sólo lo microscópico o lo diminuto consige hacer tambalear a los gigantes.


Porque lo que allí sucedió, en San Cristóbal, no fue algo premeditado, no hubo alevosía, envidia o venganza en esos actos. Fueron solo unos niños. Unos niños que conmocionaron a un pueblo y que aún hoy, aquellos que lo vivieron, intentan sacar algo en claro, algo que no sea ese temor, esa  escalofriante angustia que se quedó con todos y cada uno de ellos para el resto de sus vidas.

Inquietante, enigmática y poderosa, así es la novela de Andrés Barba. La he devorado y me ha devorado a mí al mismo tiempo, removiendo mis sentimientos y dejándome exhausta al terminar la lectura, al pasar la última página.


AUTOR:

Andrés Barba (MAdrid, 1975) se dio a conocer en 2001 con La hermana de Katia (finalista del Premio Herralde y llevada a la gran pantalla por Mijke de Jong). En Anagrama también ha publicado dos excelentes libros de nouvelles, La recta intención y Ha dejado de llover (Premio Nord-Sud), y cinco novelas más, que le confirmaron como uno de los escritores más importantes de su generación en España: Ahora tocad música de baile, Versiones de Teresa (Premio Torrente Ballester), Las manos pequeñas, Agosto, octubre y En presencia de un payaso. También es el autor de Muerte de un caballo (Premio Juan March), los ensayos Caminar en un mundo de espejos, La ceremonia del porno (escrito junto a Javier Montes y ganador del Premio Anagrama de Ensayo) y La risa caníbal, el libro de poemas Crónica natural y, en colaboración con el pintor Pablo Angulo, Libro de las caídas y Lista de desaparecidos. Como traductor ha publicado versiones de autores como Herman Melville, Henry James, Joseph Conrad y Thomas De Quincey, entre otros muchos. Fue elegido por la prestigiosa revista Granta uno de los mejores narradores jóvenes en español. Su obra ha sido traducida a diecisiete idiomas por alguna de las editoriales más prestigiosas del mundo.

PUNTUACIÓN: 4,5/5

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